miércoles, 10 de julio de 2019

9 años después





Últimamente no pasaba otra cosa por mi cabeza: llega el día.
Y desde hace algunos meses los pensamientos sobre todo esto son más recurrentes y el miedo se dispara.  

10 de julio. El jodido 10 de julio de 2010. Tal día como hoy llegaba al hospital con un diagnóstico de mononucleosis. Sin embargo, tres analíticas y una radiografía más tarde, todo cambió.
Y fue así, sin más. Sin esperarlo. Sin poder creerlo.
Y es difícil quitarse el nudo de la garganta, pero más difícil es huir del vértigo que realmente me ha ido dando todo esto a lo largo de los años.
Y sí, no sé si mientras estoy escribiendo lloro de felicidad, por rabia, por miedo, o por todo a la vez.

No digo que no sea feliz, porque lo he sido y lo soy. Y con suerte, hoy arde Barcelona.
Pero en muchas ocasiones, toda la felicidad del mundo no hace fácil lidiar con todos esos fantasmas que de vez en cuando se revuelven.

Hace pocos meses comencé a ir a terapia: yo era consciente de que todo este proceso quizá no lo había gestionado todo lo bien que me hubiese gustado (y que, incluso, he pretendido mostrar de cara a la galería).
Ahora sé que, efectivamente, fui tapando. Y claro, en 9 años… tanta mierda no cabe bajo la misma alfombra. Y lo peor es que acaba teniendo repercusiones a muchos niveles.

Hoy es mi noveno cumplevida. ¡Han pasado 9 jodidos años desde que todo empezó! Pero… hasta hace apenas año y medio el hospital ha sido el centro en torno al cual giraba mi vida.
Aunque suene raro, creo que me había “acostumbrado” a ello, a planificar y estructurar mi tiempo en torno a las citas del médico, las consultas, los resultados de médula, las operaciones de la cadera… y eso se acabó. Y me he sentido perdido. Y llegó el vértigo.

Vértigo por no saber muy bien cómo llevar una vida normal, pero más vértigo aún por no estar acostumbrado a la normalidad.
Vértigo y miedo por el “¿ahora qué va a ser lo que tuerza todo? ¿de verdad esto se ha acabado? ¿ahora qué?”.
Y me da rabia cuando me cago vivo. Cuando todo ese vértigo y medio se me escapa de las manos.

Pero en terapia no solo he sido consciente del miedo que me da pensar en todo lo que ha pasado y el miedo que me produce sentir que esto podría repetirse. También he ido aprendiéndome y descubriendo que ese miedo me ha hecho correr mucho. En todos los aspectos de mi vida. Como queriendo vivir ahora todo muy deprisa pensando en el “¿y si mañana no puedo? Y no me apetece seguir así. Quiero menos miedo y menos prisas, e interiorizar que ahora mismo todo está bien y no tiene por qué pasar nada más. O sí, pero no por mucho pensar o correr puedo solucionarlo.

Así que así estamos un 10 de julio, nueve años después. Trabajando y aprendiendo a gestionar todas las emociones que genera ser un pelón.



GRACIAS POR HABER HECHO POSIBLE QUE FUERA UN PARÉNTESIS

Siempre he pensado que ella me salvó la vida.
Curarme y superar todo esto ha sido gracias a mucha gente: mi familia, mis amigos, mis batas blancas, los pelones con los que he ido relevándome en esfuerzos y ánimos, los pelones que no pudieron más y a los que les debo todas las ganas de disfrutar el regalo de vivir cada día.

Pero ella… joder. Ella me salvó. Literalmente.

Apenas habían pasado unos meses desde que todo había empezado, los ciclos de quimioterapia ya se notaban por dentro y por fuera. Ya no me miraba en el espejo ni quería que nadie me hiciese fotos porque no me quería ver, no me reconocía.
Ya sabía lo que era estar tan débil como para no poder levantarme de la cama en unos días. Ya había llegado al punto de sentirme más seguro ingresado en el hospital que estando en mi propia casa. Ya había visto cómo cerraban las puertas de toda la planta con cara de circunstancias, y aprendido a que no tenía que preguntar por qué.

Y una noche no pude más. Y pedí a una de las enfermeras de la planta que llamase a la doctora Martín. Supongo que fue muy evidente que algo no iba bien, porque no necesité insistir mucho.

Esperé unos minutos sentado al borde de la cama, agarrado al palo de la quimio. Y apareció.

Me preguntó que qué pasaba, y antes de decirle que tenía mucho miedo, empecé a llorar. Ya no podía controlarlo más. Y entre sollozos y casi sin poder articular palabra pude hilar un: “me encuentro muy mal y tengo mucho miedo. No sé si me estáis diciendo la verdad. No me quiero morir”.

Me dejó llorar un poco hasta que me tranquilicé. Me empezó a secar las lágrimas con los dedos y me dio un abrazo.
Se sentó a mi lado, me cogió de las manos y me miró a los ojos. Yo tenía que apretar los dientes para no llorar más, y ella… hizo magia:

“No tendrías que estar aquí. Tienes 20 años y deberías estar yendo a la universidad y saliendo con tus amigos. Llegaste muy malito, mucho, pero todo está yendo muy bien. Sé que te encuentras fatal, pero es porque el tratamiento está haciendo efecto. Tenemos que ir paso a paso, día a día. No te puedo prometer que te vayas a curar porque sería mentirte, pero esto es una carrera de fondo, tenemos que ir día día, y nosotros estamos muy contentos porque está yendo muy bien.

Sabes que nos tienes a todos a tu disposición cuando lo necesites. De hecho te voy a dar mi número de teléfono y no quiero que dudes en escribirme o llamarme si lo necesitas. Da igual si estás aquí o en casa, pero no puedes agobiarte así.

Elías, estás haciéndolo muy bien, y te prometo que nosotros estamos haciendo todo lo posible para que esto sea sólo un paréntesis.
Y es que va a ser un paréntesis y después recuperarás tu vida. Y vamos a celebrarlo juntos. ¿vale? Nos centramos en ir cerrando día a día este paréntesis, ¿de acuerdo? Y te prometo que nunca te voy a engañar. Si pasa algo vas a ser el primero en saberlo, eres mayor de edad y nunca te voy a mentir. Y te repito que llegaste muy malito, que los pronósticos quizá no eran los mejores, pero estás respondiendo muy bien. Y vamos a hacer que esto solo sea un paréntesis”.

Sí, obviamente la llorera posterior fue intensa. Pero es que aquella conversación lo cambió todo. TODO. No sé cuanto rato nos abrazamos. No sé como pudo ayudarme a quedarme tan en paz.

Y antes de salir por la puerta se giró y me dijo:

-          ¿Qué va a ser esto?
-          Un paréntesis…

Y aquello, sin saber cómo, lo cambió todo. Después ha habido mucho miedo, pero siempre tuve en el paréntesis, una tabla de salvación a la que aferrarme.


  
PDTA: Es imposible no tener HOY en la cabeza de forma constante a todos los pelones que un día no pudieron más y se pusieron las alas antes de tiempo.

Han sido muchas despedidas. Y las odio con todas mis fuerzas, como a veces odio a esta puta enfermedad.
Edu fue el primero en romperme un poquito con su marcha. Mi yayo ha sido el último (y aún no puedo sentarme a escribir sobre ello).

Pero por todos ellos, si lees esto, por favor, dona médula ósea. Regala esperanza. Que ahora mismo hay muchas personas que están esperando a que el teléfono suene diciendo que se ha encontrado un donante compatible.

¿Te imaginas la desesperación que se puede sentir cuando tu vida depende únicamente del altruísmo de otra persona?